Hoy he dado el paso a una página.
Cuando puse ese nombre a un blog, lo hice pensando desde la mente de Susana Cifuentes. Una anciana que se comunicaba conmigo desde el futuro al que la llevaron mis letras mientras narraba su historia familiar.
Ahora me planteo la pregunta.
Muchas veces he dejado constancia de mi actividad escribidora independiente de si comparto o no lo escrito.
De hecho, tengo continuación de mis últimas novelas inacabadas pendientes de pasar a la pantalla.
Primero argüí que no hacerlo se debía a cansancio e incomodidades varias.
Una capsulitis en hombro izquierdo, en una de las ocasiones, y otra en el derecho.
El otro escollo fue la vista.
De los hombros me he recuperado.
La vista cada vez me da menos cancha.
Mañana empieza el mes en que tengo mi cita.
Escribo bajo una suave nebulosa.
Lo que más me cuesta es ponerme a copiar lo que tengo en papel.
Por dos razones. Una de ellas es que escribo diminuto.
No me iría nada mal que alguien me hiciera la tarea.
Pero hay otra más potente. No quiero perderme las nuevas letras que a mi alma asomen. Esa es la principal.
No caben excusas.
Afirmaré que me gusta que me lean, pero no a cualquier precio.
Poner en marcha la página, es consecuencia del proceso en que me veo envuelta.
Ahora Susana está en silencio.
Soy yo la que se plantea hasta dónde llegar para que mis letras se lean.
Cuando abrí este perfil creía que iba a publicar.
No doy ese paso.
Sigo con mis recursos.
Registros en safecreative, mis blogs, perfiles en algunos foros,...
Ronda por mi mente la propuesta de Susana.
En el momento que tomo un texto de mi librería o lo busco (o encuentro) por internet, estoy dando respuesta a lo que a ella le inquieta.
Si no hubiera lectores (y lectoras) ávidos (ávidas) de vidas recreadas en relatos, cuentos o novelas, no se haría realidad su existencia.
En ellos van nuestras almas, las de quienes escribimos (y las lecturas que hicimos), y las de quienes pasan por sus letras.
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diumenge, 31 d’octubre del 2010
divendres, 22 d’octubre del 2010
Me alimentaba lo que despertaba en ti
Alimenté mi deseo en el tuyo.
Aquel fuego hirió mi carne.
¿Cómo es posible que ahora, tras la sequía del tiempo, vuelvas a mí?
Hubo hondo sentimiento.
Después olvidé.
Ahora sufro el envite en mis sueños.
Te siento.
Te recuerdo.
Has venido tras el telón del tiempo.
En ese círculo que me retiene dentro.
Me has dado la oportunidad de volver a mirar antes de marchar.
Tú me esperas.
Sé que llega el fin de esta forma vital.
Con un pie en la tumba.
¡Qué arrogancia!
Todos estamos expuestos.
No hay distancia.
Tú, yo y el otro.
Todos a estación término, antes o después.
Aquel fuego hirió mi carne.
¿Cómo es posible que ahora, tras la sequía del tiempo, vuelvas a mí?
Hubo hondo sentimiento.
Después olvidé.
Ahora sufro el envite en mis sueños.
Te siento.
Te recuerdo.
Has venido tras el telón del tiempo.
En ese círculo que me retiene dentro.
Me has dado la oportunidad de volver a mirar antes de marchar.
Tú me esperas.
Sé que llega el fin de esta forma vital.
Con un pie en la tumba.
¡Qué arrogancia!
Todos estamos expuestos.
No hay distancia.
Tú, yo y el otro.
Todos a estación término, antes o después.
dimarts, 12 d’octubre del 2010
Ricardo
Nunca sabré qué hizo que dejara de interesarme como hombre.
Es posible que sintiera algo por él cuando coqueteaba dejando que me cortejara.
Tardé mucho en dejar que mi cuerpo respondiera.
Era yo quien tomaba la iniciativa cuando estaba con alguien.
Al principio no diferenciaba.
Podía entrar a saco con un chico o una chica.
Fue más tarde, cuando supe que las chicas sacaban de mí emociones sensitivas desconocidas.
Eran el espejo en que me veía.
Ricardo entendió que éramos incompatibles a ese nivel.
Cuando quiso de mí, tuve que decirle que mis gustos se estaban destapando en otro lado.
Mi orientación se iba definiendo.
Lo intentamos.
Fue fracaso.
Mi actividad no encajaba con la suya.
Aquella vez descubrimos que podíamos hablar de muchas cosas compartidas, pero nuestros cuerpos no respondían.
Lloramos juntos.
Reímos.
Tal vez hubiéramos sido felices si lo nuestro hubiera funcionado.
El tiempo nos mostró el error.
Los dos disfrutamos más con personas de nuestro mismo sexo.
A él le costó más aceptarlo.
Después de reconocer que lo nuestro no podía ser, pudimos entablar una relación nueva.
Cómplices nos abrimos uno al otro.
Nos supimos en esencia.
Amaba a mi hermano.
Le costó confesarlo.
Para saberlo, pasó por un bache.
Cogió una depresión terrible.
En ese tiempo compartimos confidencias.
Sólo se atrevió a decir que era así, cuando se destensó su silencio.
Tuvimos un encuentro los tres.
Hablé con Ignacio, pensando que sería bueno prepararlo.
Él lo tomó bien.
Me sorprendió su respuesta.
Nunca había afrontado con él esa tendencia.
Me dijo que entendía que las personas sintieran afinidades como las nuestras, pero él sabía cuales eran las suyas.
Le ofreció amistad.
Toda la que siempre le pudo dar.
Ricardo no podía seguir cerca de él con esos sentimientos.
Confirmó que el equilibrio venía dado por el trío de ellos y yo.
Mis deseos de trotamundos desestabilizaban la balanza.
Yo tenía mis historias.
Ignacio no parecía tenerlas.
Él podía vivir en la contemplación del ser amado.
Mientras ese círculo funcionara, todo estaría bien para él.
Es posible que sintiera algo por él cuando coqueteaba dejando que me cortejara.
Tardé mucho en dejar que mi cuerpo respondiera.
Era yo quien tomaba la iniciativa cuando estaba con alguien.
Al principio no diferenciaba.
Podía entrar a saco con un chico o una chica.
Fue más tarde, cuando supe que las chicas sacaban de mí emociones sensitivas desconocidas.
Eran el espejo en que me veía.
Ricardo entendió que éramos incompatibles a ese nivel.
Cuando quiso de mí, tuve que decirle que mis gustos se estaban destapando en otro lado.
Mi orientación se iba definiendo.
Lo intentamos.
Fue fracaso.
Mi actividad no encajaba con la suya.
Aquella vez descubrimos que podíamos hablar de muchas cosas compartidas, pero nuestros cuerpos no respondían.
Lloramos juntos.
Reímos.
Tal vez hubiéramos sido felices si lo nuestro hubiera funcionado.
El tiempo nos mostró el error.
Los dos disfrutamos más con personas de nuestro mismo sexo.
A él le costó más aceptarlo.
Después de reconocer que lo nuestro no podía ser, pudimos entablar una relación nueva.
Cómplices nos abrimos uno al otro.
Nos supimos en esencia.
Amaba a mi hermano.
Le costó confesarlo.
Para saberlo, pasó por un bache.
Cogió una depresión terrible.
En ese tiempo compartimos confidencias.
Sólo se atrevió a decir que era así, cuando se destensó su silencio.
Tuvimos un encuentro los tres.
Hablé con Ignacio, pensando que sería bueno prepararlo.
Él lo tomó bien.
Me sorprendió su respuesta.
Nunca había afrontado con él esa tendencia.
Me dijo que entendía que las personas sintieran afinidades como las nuestras, pero él sabía cuales eran las suyas.
Le ofreció amistad.
Toda la que siempre le pudo dar.
Ricardo no podía seguir cerca de él con esos sentimientos.
Confirmó que el equilibrio venía dado por el trío de ellos y yo.
Mis deseos de trotamundos desestabilizaban la balanza.
Yo tenía mis historias.
Ignacio no parecía tenerlas.
Él podía vivir en la contemplación del ser amado.
Mientras ese círculo funcionara, todo estaría bien para él.
divendres, 8 d’octubre del 2010
Duele recordarlo
Papá murió.
Ese dolor fue el primero que se enquistó en mi alma.
La vida me negó el adiós de la madre.
Ella se fue para darme paso a mí.
Julián lo había sido todo.
Cuando llegó a mí la noticia, sus cenizas estaban en el suelo.
Él había pedido que se esparcieran por el monte.
En ese momento no supe lo doloroso de su ausencia.
Ese impacto emocional cayó sobre mí como una avalancha cuando entré a la casa que me vio nacer.
Fue allí dónde se abrió dentro de mí el abismo de la tristeza contenida.
Has escrito sobre su muerte y he revivido ese momento.
Es posible que ahora que mi espera está llegando a su fin lo reviva.
Sé que mi plazo es corto.
Ya me toca.
Recuerdo con viveza su presencia.
Veo su mirada, cuando creyendo que nadie le observaba se entretenía repasando la silueta de Matilde.
Aunque yo era una niña, eso no me pasó por alto.
Supe leer en su gesto.
Entendí que vivían en el cielo.
No recuerdo que discutieran en ningún momento.
En ellos aquello de amor reñido, amor querido, no era razón de ser.
Hablaban, se miraban, se escuchaban.
Siempre busqué el reflejo de lo que en ellos vi.
Nunca lo hallé.
Me identifiqué.
Quise ser su espalda.
Quise ser su cara.
Quise ser sus manos.
Quise ser él.
Es posible que esa sea la razón por la cual he buscado en otras mujeres lo que deseé de Matilde.
Él la poseía.
Él la tenía.
Sentí celos y rechacé esos sentimientos.
No reconocí en ese momento que me dolía no poder tener lo que él tenía.
Le amaba y odiaba.
Era mi padre y al tiempo mi rival.
Ella me dedicaba mimos y atención, pero ante él resplandecía.
Se fueron y me tocó quedar para recordar.
Larga espera lacera el final de mis días.
Ese dolor fue el primero que se enquistó en mi alma.
La vida me negó el adiós de la madre.
Ella se fue para darme paso a mí.
Julián lo había sido todo.
Cuando llegó a mí la noticia, sus cenizas estaban en el suelo.
Él había pedido que se esparcieran por el monte.
En ese momento no supe lo doloroso de su ausencia.
Ese impacto emocional cayó sobre mí como una avalancha cuando entré a la casa que me vio nacer.
Fue allí dónde se abrió dentro de mí el abismo de la tristeza contenida.
Has escrito sobre su muerte y he revivido ese momento.
Es posible que ahora que mi espera está llegando a su fin lo reviva.
Sé que mi plazo es corto.
Ya me toca.
Recuerdo con viveza su presencia.
Veo su mirada, cuando creyendo que nadie le observaba se entretenía repasando la silueta de Matilde.
Aunque yo era una niña, eso no me pasó por alto.
Supe leer en su gesto.
Entendí que vivían en el cielo.
No recuerdo que discutieran en ningún momento.
En ellos aquello de amor reñido, amor querido, no era razón de ser.
Hablaban, se miraban, se escuchaban.
Siempre busqué el reflejo de lo que en ellos vi.
Nunca lo hallé.
Me identifiqué.
Quise ser su espalda.
Quise ser su cara.
Quise ser sus manos.
Quise ser él.
Es posible que esa sea la razón por la cual he buscado en otras mujeres lo que deseé de Matilde.
Él la poseía.
Él la tenía.
Sentí celos y rechacé esos sentimientos.
No reconocí en ese momento que me dolía no poder tener lo que él tenía.
Le amaba y odiaba.
Era mi padre y al tiempo mi rival.
Ella me dedicaba mimos y atención, pero ante él resplandecía.
Se fueron y me tocó quedar para recordar.
Larga espera lacera el final de mis días.
dilluns, 4 d’octubre del 2010
CABE ESPERAR en un blog
He copiado el tercer paso del primero.
Hubiera asegurado que tenía más sobre esa época.
Los tiempos en que Matilde, tu segunda madre (madrastra), se hacía cargo de la educación de tu amado hermano Ignacio.
Tras hacerlo he pensado en la escena que quedaba fuera de campo.
Los pensamientos confusos de Ignacio, ignorante de que ella será su futura madre.
El regreso a la casa, con los créditos en la mano y el sabor agridulce de una despedida entre sentimientos ignorados.
Una Jacinta que habla entre dientes, pero que omite informaros.
Se omitieron elementos que visualicé.
No todo debe darse.
Siempre ha de quedar un espacio a lo imaginado y a lo recuperado en la memoria de pasos próximos en el texto narrado.
Con lo que hoy he copiado en http://cabeesperar.blogspot.com/ se pasa esa página en que Matilde está sujeta a un guión prefijado, dado el papel que como educadora le había tocado.
Aunque su oficio es el mío, no hay en esos pasajes sombras de mi experiencia.
El testimonio viene de esas maestras que me antecedieron.
Está en la época en que yo aprendí mis primeras letras.
Escribí y debo atenerme a lo hecho.
Pongo ante mí el cuaderno en que con lápiz volé sobre ese pueblo que imagine.
Una casa que construí con la experiencia de casas de mis antepasados.
Por ambas partes, de padre y madre, la casa era eso.
Aunque viví en una durante mis primeros años, hasta los dieciséis, en ningún momento la visualicé.
Supongo que eso me hubiera descarnado e impedido novelar sobre una historia que no recorre la mía propia, aunque si la sombra de lo que me rodeo en esa infancia en que como tú no era testigo de lo que vivía.
Hubiera asegurado que tenía más sobre esa época.
Los tiempos en que Matilde, tu segunda madre (madrastra), se hacía cargo de la educación de tu amado hermano Ignacio.
Tras hacerlo he pensado en la escena que quedaba fuera de campo.
Los pensamientos confusos de Ignacio, ignorante de que ella será su futura madre.
El regreso a la casa, con los créditos en la mano y el sabor agridulce de una despedida entre sentimientos ignorados.
Una Jacinta que habla entre dientes, pero que omite informaros.
Se omitieron elementos que visualicé.
No todo debe darse.
Siempre ha de quedar un espacio a lo imaginado y a lo recuperado en la memoria de pasos próximos en el texto narrado.
Con lo que hoy he copiado en http://cabeesperar.blogspot.com/ se pasa esa página en que Matilde está sujeta a un guión prefijado, dado el papel que como educadora le había tocado.
Aunque su oficio es el mío, no hay en esos pasajes sombras de mi experiencia.
El testimonio viene de esas maestras que me antecedieron.
Está en la época en que yo aprendí mis primeras letras.
Escribí y debo atenerme a lo hecho.
Pongo ante mí el cuaderno en que con lápiz volé sobre ese pueblo que imagine.
Una casa que construí con la experiencia de casas de mis antepasados.
Por ambas partes, de padre y madre, la casa era eso.
Aunque viví en una durante mis primeros años, hasta los dieciséis, en ningún momento la visualicé.
Supongo que eso me hubiera descarnado e impedido novelar sobre una historia que no recorre la mía propia, aunque si la sombra de lo que me rodeo en esa infancia en que como tú no era testigo de lo que vivía.
diumenge, 3 d’octubre del 2010
Shilain
Mi sobrino Fernando se quedó en África.
Era un muchacho, pero supo que allí estaba su sitio.
Sofia, su madre, no aceptaba su decisión.
Hasta entonces, ella parecía haber delegado los cuidados de su hijo en su madre, Nicole, y su compañera de vida, Mila.
Había estado ausente largas temporadas, confiada en el buen criterio de las otras.
Estuvo a punto de ir tras él.
No podía soportar la idea de perderlo para siempre.
Fue él quien la contuvo.
-Es mi destino, madre, no el tuyo.
Esas palabras venidas de un muchacho de dieciséis años cobraron mayor alcance.
Aceptó, no le quedó más remedio.
Cayó en un profundo dolor.
La tristeza demudó su gesto.
Dejó de planificar nuevos proyectos.
Todas nos preocupamos y quisimos ayudarla.
No había argumentos que la animaran.
-En mal día se me ocurrió llevarlo conmigo.
No paraba de repetir una y mil veces esas palabras.
Tras un periodo de varias estaciones, decidimos que era necesario hacer un viaje para que se encontrara con la tribu en que habitaba su hijo.
Allí fuimos las tres, Sofía, Mila y yo.
Paramos en uno de los hoteles de Casablanca y nos dejamos ver por los mercados.
Serían ellos quienes se acercaran a nosotras.
Así ocurrió.
Una muchacha con ojos de agua nos ofreció con insistencia unas esencias.
Entre ellas, cuando se las compramos, dejó deslizar un lazo rosa.
Todas supimos que era el que Fernando, cuando era niño, había sustraído de la caja que todavía se conservaba en la casa del pueblo.
Volvimos al hotel con la esperanza de que él se pusiera en contacto con nosotras.
Ella nos seguía. Nosotras lo pudimos advertir.
Al cabo de una semana, se presentó en la puerta del hotel con un niño en los brazos.
Era el vivo retrato de Fernando cuando era bebé.
La emoción impidió el disimulo.
Nos acercamos a ella y le dimos un abrazo, una tras otra.
Ella los aceptó, y nos entregó el bebé.
Cuando quisimos recuperar su mirada, no estaba.
Allí estábamos desconcertadas.
Entre los ropajes del niño, había una carta.
En ella Fernando nos informaba de que ese era su hijo.
Que volvería a por él.
Esperamos contentas, pensando que por fin podríamos estrecharlo en nuestros brazos.
Sofía recuperó la alegría al mantener contacto con su nieto.
Todo ello borró las sombras del pasado.
Cuando Fernando se presentó ante nosotras, estábamos paseando olvidadas de la espera.
¡Había crecido tanto!
Era un hombre.
Sofía no pudo contener la emoción y rompió en llanto.
En ese momento brotaron las lágrimas que secas tenía.
Regresamos a nuestras casas.
Las heridas cerraron para siempre.
Valió la pena intentarlo.
Ese encuentro fue la antesala de otros.
A partir de entonces, organizábamos ese viaje una vez al año.
Cuando Shilain fue mayorcito quiso venir con nosotras.
Tuvo muchos hermanos y hermanas, pero él fue quien sintió la llamada de nuestros orígenes.
Fernando tuvo que consentir que viniera.
Primero fueron temporadas cortas.
Posteriormente se instalo con nosotras.
Ahora está a mi lado.
Él es el que teclea estas letras.
Yo anciana, no podría.
La vista no me alcanza.
Era un muchacho, pero supo que allí estaba su sitio.
Sofia, su madre, no aceptaba su decisión.
Hasta entonces, ella parecía haber delegado los cuidados de su hijo en su madre, Nicole, y su compañera de vida, Mila.
Había estado ausente largas temporadas, confiada en el buen criterio de las otras.
Estuvo a punto de ir tras él.
No podía soportar la idea de perderlo para siempre.
Fue él quien la contuvo.
-Es mi destino, madre, no el tuyo.
Esas palabras venidas de un muchacho de dieciséis años cobraron mayor alcance.
Aceptó, no le quedó más remedio.
Cayó en un profundo dolor.
La tristeza demudó su gesto.
Dejó de planificar nuevos proyectos.
Todas nos preocupamos y quisimos ayudarla.
No había argumentos que la animaran.
-En mal día se me ocurrió llevarlo conmigo.
No paraba de repetir una y mil veces esas palabras.
Tras un periodo de varias estaciones, decidimos que era necesario hacer un viaje para que se encontrara con la tribu en que habitaba su hijo.
Allí fuimos las tres, Sofía, Mila y yo.
Paramos en uno de los hoteles de Casablanca y nos dejamos ver por los mercados.
Serían ellos quienes se acercaran a nosotras.
Así ocurrió.
Una muchacha con ojos de agua nos ofreció con insistencia unas esencias.
Entre ellas, cuando se las compramos, dejó deslizar un lazo rosa.
Todas supimos que era el que Fernando, cuando era niño, había sustraído de la caja que todavía se conservaba en la casa del pueblo.
Volvimos al hotel con la esperanza de que él se pusiera en contacto con nosotras.
Ella nos seguía. Nosotras lo pudimos advertir.
Al cabo de una semana, se presentó en la puerta del hotel con un niño en los brazos.
Era el vivo retrato de Fernando cuando era bebé.
La emoción impidió el disimulo.
Nos acercamos a ella y le dimos un abrazo, una tras otra.
Ella los aceptó, y nos entregó el bebé.
Cuando quisimos recuperar su mirada, no estaba.
Allí estábamos desconcertadas.
Entre los ropajes del niño, había una carta.
En ella Fernando nos informaba de que ese era su hijo.
Que volvería a por él.
Esperamos contentas, pensando que por fin podríamos estrecharlo en nuestros brazos.
Sofía recuperó la alegría al mantener contacto con su nieto.
Todo ello borró las sombras del pasado.
Cuando Fernando se presentó ante nosotras, estábamos paseando olvidadas de la espera.
¡Había crecido tanto!
Era un hombre.
Sofía no pudo contener la emoción y rompió en llanto.
En ese momento brotaron las lágrimas que secas tenía.
Regresamos a nuestras casas.
Las heridas cerraron para siempre.
Valió la pena intentarlo.
Ese encuentro fue la antesala de otros.
A partir de entonces, organizábamos ese viaje una vez al año.
Cuando Shilain fue mayorcito quiso venir con nosotras.
Tuvo muchos hermanos y hermanas, pero él fue quien sintió la llamada de nuestros orígenes.
Fernando tuvo que consentir que viniera.
Primero fueron temporadas cortas.
Posteriormente se instalo con nosotras.
Ahora está a mi lado.
Él es el que teclea estas letras.
Yo anciana, no podría.
La vista no me alcanza.
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