He copiado el tercer paso del primero.
Hubiera asegurado que tenía más sobre esa época.
Los tiempos en que Matilde, tu segunda madre (madrastra), se hacía cargo de la educación de tu amado hermano Ignacio.
Tras hacerlo he pensado en la escena que quedaba fuera de campo.
Los pensamientos confusos de Ignacio, ignorante de que ella será su futura madre.
El regreso a la casa, con los créditos en la mano y el sabor agridulce de una despedida entre sentimientos ignorados.
Una Jacinta que habla entre dientes, pero que omite informaros.
Se omitieron elementos que visualicé.
No todo debe darse.
Siempre ha de quedar un espacio a lo imaginado y a lo recuperado en la memoria de pasos próximos en el texto narrado.
Con lo que hoy he copiado en http://cabeesperar.blogspot.com/ se pasa esa página en que Matilde está sujeta a un guión prefijado, dado el papel que como educadora le había tocado.
Aunque su oficio es el mío, no hay en esos pasajes sombras de mi experiencia.
El testimonio viene de esas maestras que me antecedieron.
Está en la época en que yo aprendí mis primeras letras.
Escribí y debo atenerme a lo hecho.
Pongo ante mí el cuaderno en que con lápiz volé sobre ese pueblo que imagine.
Una casa que construí con la experiencia de casas de mis antepasados.
Por ambas partes, de padre y madre, la casa era eso.
Aunque viví en una durante mis primeros años, hasta los dieciséis, en ningún momento la visualicé.
Supongo que eso me hubiera descarnado e impedido novelar sobre una historia que no recorre la mía propia, aunque si la sombra de lo que me rodeo en esa infancia en que como tú no era testigo de lo que vivía.
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