He pasado días al lado de mi madre.
Espero que salga de ésta, pero temo que estemos ante su final de viaje.
El desapego que pretendo en mí es algo que me va a costar.
Asumir un momento en que pensarla sea desde esa estancia de ausencia es algo que todavía no puedo calibrar.
Llevo años en este duelo, por eso mismo, por ser un periodo largo, me he acostumbrado a su continuidad.
He pasado por muchos estados del alma.
A veces pienso que estoy en el engaño buscado.
No está y mi vida sigue en pie.
Eso es falso.
Ella está allí y puedo alargar mi mano cuando regrese a su lado para acariciar sus cabellos y tocar su frente.
Entregarme a su regazo desde la niña que fui.
Su niña.
Esperanzas vienen de su lado.
Si mejora y vuelve a casa.
Si dentro de unos días me acerco y está.
No puedo imaginar otra cosa.
Ya se sabe que la vida tiene su término.
Lo difícil es asumirlo.
¿Preparé contigo ese momento?
Te traje a mí, estando ella cerca.
Las primeras páginas que escribí, se las leí.
Como advertí que le cansaba escucharlas en lectura, seguí explicándole lo que se me iba ocurriendo.
Añoré ese otro verano en que escribí y leí cada uno de los pasos de mi primera novela.
Entonces conseguí lo inesperado. Que ella siguiera sus vericuetos.
Con CABE ESPERAR me quedé a solas.
Después encontré esta vía de contacto contigo, querida Susi.
Busco tu consuelo.
Tú vives en el desapego de los que se te fueron.
Ese "cabe esperar" fue la fórmula con que dejaste pausa al reencuentro.
Tú crees en ello. Yo no.
Pienso que no hay una identidad de quienes somos en ese otro lado.
Es posible que pasemos a formar parte del todo. Nuestra materia y energía se unen a cada instante. Formamos parte de ese todo en forma diferenciada que nunca más se dará.
Somos cambio y proceso.
Nos queremos en la vida.
A veces me mezo en los brazos de la noedad.
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