La salud es algo que no me sobra.
Vivo con estados de baja forma, y agradezco los días que mi cuerpo aguanta y mi brío se destaca.
El cansancio tiene su precio. Toca reponerse a costa de descanso y dolores en uno y otro sitio de un cuerpo que empezó a dar sus avisos a una edad en que el encuentro con amistades requería de pasar horas en la noche. Cosa que tuve que dejar de lado.
Suerte que soy una persona rica en aficiones artísticas y literarias.
Cuando me sumerjo en esa creatividad, el cuerpo parece no contar demasiado.
No siempre puedo abstraerme a dolores y mal estar, pero entretenerme me ayuda a no estar demasiado pendiente de mí misma.
No es que tenga algo de lo que se considera muy grave.
Prevalecen estados migrañosos que aparecen cíclicamente.
Las articulaciones van a días.
El frío es mala compañía.
Suelo abrigarme y cuidarme.
Cuando noto que ya vale, me retiro, y aunque no duerma, descanso.
El reposo me permite pensar y estructurar ideas.
Me gusta caminar, pero con una finalidad. Con destino.
Nada de vagar porque sí.
Cuando me muevo entre la gente soy observadora de lo que es la vida a mi paso.
La empatía se dispara enseguida, cuando percibo algo que anda mal.
A veces me entran ganas de tender mi mano.
Me suelo inhibir.
Estoy en un mundo en que nos cruzamos infinidad de gente sin reparar unos de otros.
Las personas pertenecemos a pequeñas tribus.
No solemos abrirnos unos a otros.
Mantenemos las distancias, y nos incomodamos cuando un extraño las rompe.
Las ciudades se han llenado de una amalgama humana de origen distinto.
Ir en metro, o sentada durante un trayecto de horas con alguien al lado sin romper el hielo y a penas saludarte.
Venía de una infancia y primera juventud en que las personas no sabían estar sin entablar conversación.
Aquí la sintonía es la prisa.
Entras al metro y si no te internas en tus pensamientos, te entretienes mirando pantallas que lo silencian.
A veces escribo sobre mis ideas y situación.
Desenredo la madeja confusa de algunas emociones que al hacerlas brotar reconozco.
Frustraciones y situaciones que no he vivido bien, y que escribirlas se aclaran, descargando y deshaciendo el nudo que las provocaba.
Puedo recordar el momento en que brotó el miedo sobre esa enfermedad.
Hubo un sector que se vio estigmatizado.
Poco a poco se supo más.
Las farmacéuticas se hicieron más fuertes.
Hemos pasado a vivir bajo su tiranía.
En este momento, por cuestiones de ahorro y remonte por la crisis en la que estamos, se ha pasado a consumir medicamentos genéricos.
Y los que se dedican a silenciar el alma.
Estaría bien saber el porcentaje de ansiolíticos que estamos consumiendo.
No hacemos frente a las emociones siguiendo su ciclo.
Ahogamos el dolor y tomamos prescripción que promete felicidad y ceguera frente a la adversidad de los tropiezos en la vida.
Alargaron la vida, sin dar calidad.
La eutanasia es algo necesario.
Tu tía hizo uso de ella.
Un ideal que plasmé en la novela.
Ese y que las personas vivieran con quien quisieran.
Los matrimonios entre personas del mismo género son rechazados por una Iglesia que no debería tener el púlpito en la calle, sino en su sitio y ante los suyos.
Demasiado poder en una estructura de tipo piramidal.
Un Estado laico. Uno que debiera tener ciudadanos y no súbditos.
Tanto por recorrer. Y la sensación de que vamos marcha atrás.
Escándalos.
Una justicia que no acaba de poner a cada uno en su sitio.
He leído hace un momento que Caritas considera que la situación de pobreza y necesidad se asemeja a la de la posguerra.
Niños que presentan carencia alimenticia.
Los niños son víctimas.
¿Cómo pueden vivir sin saber que en la calle el mundo se disgrega?
Esos que están en mi pensamiento son los que tienen demasiado mientras otros no tienen nada.
Estamos ante una Navidad triste para tantos que perdieron su trabajo y su casa.
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