Quedamos desasistidos.
Se van.
Nos dejan solos en nuestra quimera y soledad.
Los muertos no lloran.
No pierden ni ganan.
Han cerrado un ciclo que en nosotros está por cerrar.
Cuando lo hacen tras una vida larga y de resistencia a lo cotidiano, nos dejan huérfanos.
No fueron figuras en un tablero del mundo, lo fueron y son en quienes tuvimos contacto con ellos.
Hoy me ha llamado mi hermano para que supiera que el trance de Bernardo ha terminado.
Ayer me dijo que lo habían sedado. Que tardó en dormir. Con morfina.
Temí unos días largos para quienes le aman.
Es triste ese adiós, pero más verlo cruzado en una cama sin esperanzas.
Una hemorragia cerebral le paró los pies.
No se supo si cayó por ella o si la caída fue la causa.
Querida Susi, tus muertos y los míos se siguen los pasos.
A mí se me van descontando en cuentas sueltas de un collar que nunca sabré cuantas tuvo.
Unos vienen y otros se van.
Estaba en fase beta, cuando he despertado de un sueño extraño en que mi tía Damiana era pequeña como una muñeca.
Había llegado a ella pasando por terrenos abruptos.
Al despertar, mi primer pensamiento se ha percatado de las necesidades económicas de una anciana viuda que tras la muerte del esposo no sé lo que recibirá. A mi tía le quedo suficiente para que le atiendan en la residencia en la que está.
Nuestros ancianos tienen sus necesidades y la bolsa que han guardado con gran sacrificio a penas les sostiene.
Estamos un una horrible crisis. Ayer recortaron pensiones en Italia.
Medicinas de alto coste que si han de pagar no podrán paliar sus muchas goteras.
Sus descendientes responderemos en lo que se pueda.
Si no se puede, será crujir de dientes.
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